1936-2022
La ola semiótica de las décadas de 1960 y 1970, y en general la obsesión cientificista de aquellos años, dieron frutos dispares. Algunos han sido engullidos por la historia, mientras que otros mantienen, si no la pertinencia de entonces, sí un indudable interés, como el trabajo de Christopher Alexander, fallecido el 11 de marzo a los 85 años. Nacido en la Viena pre-Anschluss, Alexander se formó en Gran Bretaña y los Estados Unidos, y desde el principio supo aunar la pasión por la arquitectura con las matemáticas. Esta doble vocación, a la que se entregó en universidades como Harvard, el MIT y sobre todo Berkeley, explican en parte sus teorías, que pretendieron aplicar a la arquitectura los principios de la gramática generativa, para convertirla en una suerte de proceso cibernético que se sostendría en un «lenguaje de patrones». Lo peculiar es que el cientificismo de Alexander se puso al servicio de un ideal humanista y emancipado, más interesado en el sentido común de las personas que en la premeditación de los arquitectos, y que defendió en libros como A Timeless Way of Building —donde reivindicó las ciudades medievales y la arquitectura vernácula— o A City is not a Tree —una de las primeras denuncias del sprawl—.