Jardines verticales

Camino a la sostenibilidad

Consuelo Acha  Esteban Domínguez 
30/06/2018


Jean Nouvel, One Central Park, Sidney

Una de las aspiraciones de la arquitectura contemporánea es acercarse al modelo de la ciudad energéticamente autoabastecida mediante recursos renovables; la ciudad cuyos residuos pueden reciclarse y reutilizarse, cuya movilidad es limpia y eficaz, y cuyos espacios verdes proliferan en beneficio de un ambiente más saludable y relajante. En este último aspecto de la sostenibilidad energética y medioambiental, el sector de la edificación puede aportar medidas sencillas pero de gran calado, como las cubiertas y las fachadas vegetales.

A medida que la densidad de población aumenta en las grandes ciudades, los espacios para usos ajardinados disminuyen. Por eso, la utilización de fachadas o cubiertas verdes es una alternativa cada vez más viable. Ambas contribuyen a la mejora de la calidad del aire y de las condiciones acústicas, y asimismo protegen a los inmuebles de las fluctuaciones térmicas y de las condiciones meteorológicas extremas. Como contrapunto, los costes de su instalación y, sobre todo, de su mantenimiento, pueden llegar a ser elevados, por lo que se deben seleccionar adecuadamente el tipo de construcción donde este tipo de soluciones puedan aplicarse, así como las especies vegetales más viables.

Un entorno urbano verde genera beneficios sociales innegables. De acuerdo con diversos estudios, en las zonas verdes los residentes presentan una mayor predisposición a la realización de ejercicio físico, los trabajadores tienden a un menor absentismo laboral, y, en general, aumenta la satisfacción del ciudadano. Pero los beneficios de la utilización de vegetación en los edificios no se limitan al ámbito social. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera imprescindibles los espacios verdes urbanos para el bienestar físico y emocional de los ciudadanos, recomendando una superficie verde por habitante mínimo de entre 10 y 15 metros cuadrados. Ocurre, sin embargo, que en algunas ciudades la densidad de población es tan alta que no queda espacio para parques, con lo que el cumplimiento de la exigencia de superficies verdes se convierte en algo difícil. En este contexto, aprovechar las fachadas y los muros para crear ‘jardines verticales’ puede llegar a ser una buena solución.

En el año 2009 el Observatorio de Sostenibilidad publicó en su informe que 19 capitales españolas estaban por debajo de las superficies verdes recomendadas: Barcelona, por ejemplo, presentaba una ratio de 6,6 metros cuadrados de espacio verde por habitante, una cifra muy por debajo de los 18 metros cuadrados de Madrid. El problema es que esta ratio, insuficiente ya en 2009, lo es aún más hoy, debido a la presión constructiva y al aumento de la polución.

En este contexto, las fachadas verdes —también denominadas fachadas vegetales o jardines verticales— se han convertido en un recurso arquitectónico cada vez más utilizado. Sin embargo, la utilización de elementos vegetales en la edificación no es algo novedoso: el uso de flores en los patios andaluces para refrescar el ambiente o las hiedras que cubren fachadas de los cottages ingleses son sólo dos ejemplos sobradamente conocidos; la utilización de lo verde se extiende por toda la geografía mundial y desde épocas muy remotas.

En la actualidad, el uso de jardines verticales resulta obligatorio —junto con o alternativamente a las cubiertas verdes— en numerosas ciudades, como parte de las estrategias municipales de sostenibilidad. Distintas administraciones públicas incluyen también en sus programas de ayuda fondos destinados a la instalación de estos elementos constructivos.

Wilkinson Eyre Architects, Cloud Mountain, Singapur

Hidroponía o sustrato

¿De qué elementos se compone una fachada vegetal? ¿Qué sistemas de fachada vegetal existen? ¿Cuáles son sus ventajas e inconvenientes? De forma simplificada, puede decirse que una fachada verde o jardín vegetal consiste en la instalación de un soporte al que se fija la vegetación con el objetivo de que esta vaya creciendo desde la base del muro. El tipo de soporte será el que defina el nivel de sofisticación técnica de la fachada verde, por cuanto convierte a la vegetación en un material innovador a disposición de la arquitectura.

Herzog & de Meuron, Edificio CaixaForum, Madrid
Jean Nouvel, Musée du quai Branly - Jacques Chirac, París

Los sistemas de fachada vegetal son estructuras que pueden utilizarse en el interior, aunque se prefieran en general las partes exteriores del edificio. Las fachadas verdes pueden clasificarse, asimismo, en función de su sistema de alimentación: pueden, así, consistir en sistemas hidropónicos o bien en sistemas dotados de sustrato.

Los jardines hidropónicos son aquellos en los que las raíces de la vegetación crecen en un medio inerte (fieltro no tejido, lana de roca o espumas técnicas, por ejemplo), de suerte que todos los nutrientes necesarios para la planta se aportan mediante el sistema de riego. Son sistemas más ligeros y de alta durabilidad, aunque presentan problemas a la hora de hacer frente a temperaturas bajas, además de ser más sensibles a los fallos en el sistema de riego y tener una mayor tendencia a sufrir el ataque de las plagas de hongos y bacterias.

Por su parte, en los sistemas con sustrato las raíces crecen en un medio orgánico con mezclas ligeras (perlita y espumas técnicas) que les confieren capacidad de retener el agua, y aportan nutrientes, aireación y drenaje. Es un sistema más resistente al frío, hace posible que el crecimiento de la vegetación sea más rápido y presenta menor mantenimiento que los sistemas hidropónicos. Su mayor inconveniente es el peso del sustrato, así como la necesidad de contar con un sistema de riego más complejo, y el hecho de que, al ser baja la durabilidad del sustrato, se acabe necesitando fertilizar el sustrato o incluso sustituirlo. 


Inspirados en la tradición, los sistemas de jardín vertical con sustrato permiten el crecimiento rápido de las plantas y facilitan el mantenimiento, aunque su peso y sus exigencias de riesgo dificultan su integración. 

Tradición e innovación

Complementan esta clasificación, otra basada en el tipo y colocación de las especies vegetales, que da pie a dos familias: los sistemas tradicionales de jardines a base de plantas trepadoras y las jardineras en vertical.

En general, para la instalación de un jardín vertical, se necesita, en primer lugar, disponer de un elemento contenedor de la fachada vegetal cuya función es soportar la vegetación y albergar asimismo el sustrato necesario. Este contenedor puede fijarse al paramento mediante soluciones diferentes. Para su confección, se pueden utilizar materiales plásticos o metálicos; resultan, además, generalmente modulares, con el fin de adaptarse a la forma y dimensión de la fachada por cubrir. El contenedor debe garantizar que el sustrato se mantenga en posición vertical y que tenga el menor espesor posible, pero garantizando siempre el crecimiento adecuado de las plantas.

Shma + Sansiri, Vertical Living Gallery, Bangkok

Los elementos contenedores pueden ser modulares o construidos in situ. Los sistemas modulares están compuestos por una serie de paneles prefabricados de montaje rápido, mientras que los in situ se construyen capa a capa en obra, de manera que pueden adaptarse a cualquier forma que pudiera tener la fachada. Por su parte, la vegetación puede ser preplantada (lo cual permite la instalación de plantas suficientemente crecidas con el objetivo de tapizar desde el primer momento la fachada) o bien plantada in situ.

En los sistemas de jardines verticales, la fachada debe disponer de un sistema de riego para garantizar el aporte de agua, generalmente por goteo. El líquido se deja caer por gravedad desde la parte más alta de la fachada para ser recogida en la parte inferior de esta mediante sistemas de canalización que permiten recircular el líquido. El sistema se completa, finalmente, con la fijación al muro soporte, que generalmente se realiza disponiendo una cámara entre la fachada vegetal y el muro.

Ventajas e inconvenientes

Las ventajas de los sistemas de fachada vegetal son de carácter ambiental, energético, estructural y social. En primer lugar, mejoran significativamente la calidad del aire del edificio y su entorno, en la medida en que las plantas capturan el CO2, producen oxígeno y ‘limpian’ las partículas de polvo y polución suspendidas en el aire (pueden llegar a filtrar hasta un 85% de tales partículas). Por otra parte, las fachadas vegetales, al proporcionar aislamiento térmico y acústico, reducen la temperatura ambiente en el entorno del edificio. Este efecto se refuerza por el hecho de que la vegetación absorbe la radiación solar, de manera que regula la temperatura y contribuye a reducir los gastos de climatización. En verano, de hecho, las plantas pueden reducir el sobrecalentamiento, al absorber la radiación directa; y en invierno, amortiguar el paso de calor desde el interior calefactado. En lo que se refiere al aislamiento acústico, los jardines verticales pueden llegar a aislar hasta 40dB del sonido proveniente del exterior. La vegetación que recubre la fachada del edifico contribuye, asimismo —y siempre que exista un mantenimiento adecuado—, a proteger las superficies de los edificios de la lluvia y la radiación ultravioleta. Por último, las fachadas verdes pueden revalorizar los inmuebles, por cuanto permiten obtener una mejor calificación en los certificados de construcción sostenible y en algunos casos también mejorar la estética del edificio y de su entorno.

Aunque los beneficios de las fachadas verdes superen a los inconvenientes, no hay que olvidar algunos de sus posibles efectos negativos. Las fachadas verdes pueden añadir peso a la estructura, con lo que en ocasiones será imposible su utilización o resultará necesario un refuerzo que puede encarecer el proyecto; de ahí la necesidad de incorporar el estudio de este tipo de sistemas desde las primeras fases del proyecto de arquitectura. Por otro lado, al tratarse de un ‘material vivo’, las plantas exigen un mantenimiento adecuado, con el subsiguiente aumento de costes. A ello se suma que este tipo de fachadas pueden suponer una inversión inicial elevada, no siempre asumible por las propiedades, sobre todo en los casos de rehabilitación. Finalmente, si la elección de las especies vegetales no es la adecuada en relación con el entorno, o la ejecución de la instalación no es de calidad y no se realiza un mantenimiento adecuado, el peso debido al crecimiento y la presencia de agua pueden ocasionar problemas estructurales y de filtraciones y humedades.

Pese a estas dificultades, los jardines vegetales se han convertido —junto con las cubiertas verdes (véase Arquitectura Viva 195)— en nuevos elementos ‘constructivos’ cuyo empleo está en alza en nuestras ciudades. Los avalan sus innegables beneficios medioambientales; de ahí que resulte tan necesaria su incorporación a la normativa de obligado cumplimiento, en particular en la próxima revisión del Código Técnico de la Edificación.

Consuelo Acha y Esteban Domínguez son profesores del Departamento de Construcción y Tecnología Arquitectónicas de la ETSAM-UPM.


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