Donald Trump es un viejo conocido de los arquitectos. Cuando todavía no había iniciado su carrera mediática —y no digamos ya la fulgurante trayectoria política que le ha llevado a la presidencia de los Estados Unidos de América— Trump publicó sus memorias como promotor inmobiliario. Preparado con el periodista Tony Schwartz y titulado The Art of the Deal, el libro autobiográfico describía en términos heroicos sus batallas por levantar en Nueva York grandes hoteles y lujosas torres residenciales, y por sus páginas desfila-ban, además de empresarios, políticos y famosos, un gran número de arquitectos y críticos: desde Helmut Jahn, Richard Meier, I.M. Pei o César Pelli hasta Arthur Drexler, Ada Louise Huxtable o Paul Goldberger. Vanidoso y descarado, el promotor —que tenía entonces sólo cuarenta años—, desgranaba sus éxitos con un cóctel intoxicante de ambición y audacia, combinando las reminiscencias personales de sus años de formación con los consejos para medrar en el mundo de los negocios. 

La arquitectura y el lujoso interiorismo de la Trump Tower —pródigos en facsímiles historicistas y dorados — reflejan la estética ornamental y los códigos simbólicos del próximo presidente de los Estados Unidos. 

En su momento comenté el libro, e incluso utilicé su título en un artículo sobre el Guggenheim donde comparaba el atrevimiento y la agresividad negociadora de Trump con la de Thomas Krens, que por entonces había cerrado un trato muy ventajoso con las instituciones vascas para situar en Bilbao una franquicia del museo americano. No hace falta decir que el estilo arrollador del promotor nos provocaba a muchos un vértigo desalentador, lo que no fue óbice para que la obra se convirtiera en best-seller, acaso como ahora los modos agrestes del candidato no le han impedido llegar a la Casa Blanca. Su poder y responsabilidad serán tan colosales que quizá conviene recordar lo que escribía hace treinta años sobre los que osaban censurarle en el ámbito más doméstico de la arquitectura y el urbanismo.

«No hago mucho caso de los críticos, excepto cuando amenazan constituirse en obstáculo para mis proyectos. En mi opinión, casi todos escriben sólo para leerse y causarse impresión los unos a los otros, y además se dejan influir por las modas como cualquier hijo de vecino. Un día son los rascacielos con la fachada recubierta de cristales, y los elogios llegan hasta las nubes; otro día redescubren lo antiguo y todas las alabanzas van a favor del detalle y de la ornamentación de las fachadas. Lo que casi ninguno de ellos tiene es el instinto de saber lo que quiere el público.»

Pero pese a estos juicios displicentes, Trump reconoce que «el poder que tiene The New York Times es impresionante… y yo me daba cuenta de que cualquier cosa que escribiese Huxtable tendría una repercusión enorme», por lo que dedica una atención prioritaria tanto a la entonces crítica de arquitectura del diario como a su sucesor Goldberger, a los que alternativamente halaga o intimida con cartas ofensivas, «Mis colaboradores me aconsejan que no escriba cartas así a los críticos. A mí modo de ver, si ellos son dueños de decir lo que quieran acerca de mi trabajo, ¿por qué no voy a tener derecho a opinar sobre el de ellos?» Pero Trump sabe también que «un artículo crítico puede ser valioso para los negocios, aunque duela en lo personal: si usted es un poco escandaloso, o si hace cosas atrevidas o controvertidas, entonces los periódicos escribirán sobre usted… unas veces cosas positivas, y otras todo lo contrario. Ahora bien, desde un punto de vista estrictamente comercial, los beneficios de esta notoriedad han resultado muy superiores a sus inconvenientes».

No otra cosa ha hecho Trump en su campaña presidencial, promovida por medios contrarios a su candidatura, pero cuya cobertura le ha impulsado decisivamente. Al cabo, el mejor retrato del próximo presidente lo ofreció él mismo hace tres décadas: «La clave última de mi estilo de promoción es la osadía. Juego con las fantasías de la gente. Muchos, aunque no sepan pensar a lo grande, sí pueden emocionarse con las grandes ideas de otros. Por eso nunca está de más un poco de hipérbole.» Si se observan con atención los interiores de la Trump Tower, donde el magnate tiene su residencia, y donde durante el mes de diciembre ha recibido a los candidatos a formar parte de su gobierno, se entenderá bien cómo se traslada esa hipérbole al terreno de la arquitectura.


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