De acuerdo con el paradigma vigente, podríamos vivir o trabajar casi en cualquier lugar. Tan sospechosa y romántica como pueda parecer, la debatida distinción entre vida y trabajo es más bien ficticia. Por supuesto que vivimos mientras trabajamos y viceversa (al menos quienes disfrutan de lo que hacen). Cuando se dedica a una única causa, el trabajo pasa a ser una rutina y, con el tiempo, un hábito. Una habitación bien instalada, proporcionada, iluminada y ventilada debería ser suficiente para la necesaria sensación de un lugar familiar. Esta propuesta implica ese retorno voluntario y bucólico a la naturaleza. La casa es un objeto asimétrico que tensiona la fricción entre especificidad funcional e indeterminación espacial. Contiene una secuencia vertical de habitaciones en tres niveles. El primero y el tercero son equivalentes en planta y sección, aunque con huecos en extremos opuestos. El intermedio es exageradamente complejo: tiene poca altura, muebles fijos, una pantalla curva, y se extiende hacia patios independientes en las cuatro direcciones. Es en ese dominio elevado donde se despliega la vida cotidiana íntima. Una escalera en espiral no sólo articula la transición de un carácter espacial a otro sino que anticipa el potencial reversible del trabajo en casa: con un estudio en sombra hacia el terreno y otro panorámico en relación al paisaje abierto.