En la región chilena de Los Ríos, a orillas de uno de los lagos más grandes del país, se sitúa una vivienda destinada a acoger a una familia numerosa. Su sistema constructivo —compuesto por un entramado de pilares sobre puntales y vigas de madera— recuerda al de los ahumaderos de truchas de la comarca, pero invierte el orden tradicional de manera que la estructura de la casa conforma un exoesqueleto por delante del revestimiento, dejando los elementos de carga a la vista y al resguardo de un amplio alero volado.

Las estancias de la casa se configuran en torno a un patio central cuadrado que garantiza ventilación cruzada y luz natural en todas las crujías, y a su vez canaliza el agua de lluvia a la manera de un impluvio. La doble orientación de las estancias permite disfrutar de una multiplicidad de vistas que evita que la casa se recree exclusivamente en el panorama lacustre y la distante cordillera andina, y se abra además al bosque de ribera circundante y, por otro lado, al hortus conclusus que encierra en el corazón de la casa un fragmento de naturaleza virgen.