Arte y cultura  Exposición 

Juegos de vanguardia

Sobre cajas de construcción

Antonio Bonet Correa 
30/06/2016


De un tiempo a esta parte los juguetes infantiles han interesado a los estudiosos del arte contemporáneo. La curiosidad por el tema es universal. En lo que atañe a España, recordamos las exposiciones comisariadas por Carlos Pérez, ‘Infancia y Arte Moderno’ (Valencia, 1998) y ‘Los juguetes de las vanguardias’ (Málaga, 2012). También los libros Aladdin Toys: los juguetes de Torres-García (1998) y 3 Propuestas para niños: Ángel Ferrand, Emeterio Ruiz Melendreras y Tono. 1930-35 (1999).

En relación con un juguete específico, debe citarse el libro Historia de los juguetes de construcción. Escuela de la arquitectura moderna (Madrid, 2012), obra del escultor, arquitecto, profesor, coleccionista, historiador y teórico del arte Juan Bordes, quien en el año 2007 publicó el volumen dedicado al mismo tema, La infancia de las vanguardia: sus profesores, desde Rousseau a la Bauhaus, en el cual analiza la reforma educativa llevada a cabo por la nueva pedagogía nacida en el siglo xviii de la Ilustración. La exposición que actualmente Bordes presenta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, ‘Juguetes de construcción. Escuela de la Arquitectura moderna’, es el resultado de más de veinte años de adquisiciones en el mercado internacional. La rareza de sus piezas es enorme, ya que el destino de todos los juguetes, después de un intenso uso, es el acabar en un desván o un basurero.

Paralelas a las exposiciones, recordemos la controvertida cuestión arte/infancia. El arqueólogo Corrado Ricci, en L´arte dei bambini (Bolonia, 1887) fue el primero que planteó si los ‘garabatos’ y ‘monigotes’ infantiles podían ser considerados obras artísticas. Su texto acaba de ser editado en español con una revisión crítica de Antonio Machón, autor del voluminoso libro Por qué dibujan los niños. Guía práctica para padres y maestros (Madrid, 2015). Aparte de los sabios estudios de Jean Piaget acerca del desarrollo cognoscitivo de los niños, existe toda una literatura sobre el tema. A título particular mencionemos el opúsculo de los pintores Ramón Cascado y Antonio Aznar, Nuestra manera de ver. Experiencias plásticas con experiencias con el papel. Una contribución a la didáctica del arte (Madrid, 2015), que trata de la seriedad de la papiroflexia practicada por Unamuno y de la que el pedagogo alemán Friedrich Froebel (1772-1852), creador del primer kindergarten y propagador de las ‘cajas de construcción’, opinaba que era «una eficaz herramienta para el desarrollo del niño en la escuela».

Cajas de construcción

Las recreaciones geométricas siempre han agilizado la mente e incrementado la imaginación figurativa. El stomaquion, juego griego que se cree inventó Arquímedes se semeja al oriental tangram, que en 1815 un norteamericano capitán de navío compró con su ‘libro de instrucciones’ en Cantón. Con este ‘puzzle chino’ consistente en cinco triángulos, un cuadrado y un romboide que al unirse forman un cuadrado, se pueden hacer miles de siluetas de personajes, animales o edificios.

En Occidente, el arte combinatorio, unido a la geometría euclidiana, siempre prefirió las figuras tridimensionales. En el siglo xvii los juegos de construcción consistían en tacos de madera con arquitecturas pintadas. Objetos de lujo para niños aristocráticos, al igual que los ‘castillos de naipes’ y los recortables de papel, sus arquetipos eran los de las maquetas desmontables. En el siglo xix, tras la democratización de la enseñanza, las clásicas ‘cajas de construcción’ adquirieron un valor didáctico. Lo mismo que para un futuro artista o artesano era obligado aprender a dibujar, en las escuelas liberales, desde Pestalozzi (1746-1827) hasta Maria Montessori (1870-1952), pasando por Froebel, los trabajos manuales, junto con los ejercicios de sagacidad, resultaban ineludibles para despertar el espíritu de creatividad que desde la infancia es inherente al género humano.

Inspirada en las ‘cajas de construcción’, el montaje de la presente exposición es obra del diseñador Enrique Bordes, hijo del coleccionista, que interpreta fielmente las ideas paternas. De acuerdo con la triada de Vitruvio Firmitas/Utilitas/Venustas, en vitrinas rectangulares se exhiben las piezas más singulares, siguiendo un orden cronológico y conceptual. Tal como se advierte en un letrero sobre la pared de la primera sala, la exposición no se debe a la nostalgia de la edad pueril; sí al rol germinal de la arquitectura. En cada uno de los escaparates cada caja muestra las piezas acompañadas de su correspondiente ‘manual de uso’ que, ilustrado con láminas de modelos, es un conciso y sintético tratado de edificación.

Las cajas, desde mediados del siglo xix, tienen siempre una tapa o cubierta atractiva en la cual pictóricamente se representa la escena familiar de un niño que sólo o acompañado por su hermana alza un edificio bajo la complaciente mirada de sus progenitores. En el interior de cada caja están perfectamente colocados los tacos policromados con vivos colores primarios lisos y sin matices. Los últimos juegos de construcción, a base de varillas, goznes y pernos se venden dentro de botes cilíndricos. De acuerdo con sus distintas variantes, hay cajas de sólidos de madera, barro cocido, piedra artificial, metal plexiglás u otra manera plástica. Los cubos, cilindros y demás poliedros, al igual que las piezas que ofrecen ya torneadas los órdenes clásicos, arcos, pináculos y cúpulas, sirven para hacer construcciones imaginarias. De acuerdo con la evolución artística y las técnicas constructivas modernas, los modelos propuestos siguen los cambios estilísticos pasando del neoclasicismo al historicismo y del eclecticismo al modernismo, y del expresionismo al racionalismo, para concluir con la geodesia de Fuller o la fantasía de Archigram y otros iconos de la posmodernidad. Además de poder construir edificios y obras de ingeniería, como puentes o la Torre de Eiffel, agrupando varias piezas se pueden recrear conjuntos urbanos de realidad virtual.

Hasta mediados del siglo xix las piezas cúbicas se sostenían equilibradas por su propio peso. Pero su estabilidad resultaba muy precaria. Ahora bien, a partir de un descubrimiento fortuito que un norteamericano fabricante de juegos de críquet hizo gracias a sus hijos que jugaban con restos de embalajes de bordes dentados de sus productos, las piezas cúbicas pudieron ensamblarse entre sí. El resultado —los ‘Grandall Blocks’— hizo cambiar la técnica constructiva de los sólidos. Los muy conocidos juguetes Meccano, de metal, o Lego, de plástico, emplean distintas técnicas de sostenimiento de las piezas. Juan Bordes, en su exposición, hace visible la división en el tiempo histórico de un juego constructivo que, pese a Internet y al mundo virtual de las computadoras, todavía sigue teniendo vigencia.

Modelos de arquitectura

Las ‘cajas de construcción’ siempre han estado ligadas al concepto de una arquitectura ideal. El programa didáctico de Froebel fue decisivo para la formación profesional de Le Corbusier y de Gropius. También, con anterioridad, lo fue para Wrigth, cuya madre, maestra adicta a los kindegarten, le compró cuando era niño una ‘caja de construcción’.

A la vez recordemos que Bruno Taut, autor en 1919 del libro Die Stadkrone (La corona de la ciudad), en el mismo año diseñó una caja de piezas de cristal coloreadas, en la que su concepción alpina de la arquitectura se resume miniaturizada. Tampoco olvidemos que Malévich creó modelos suprematistas que, sin ser cajas de construcción, tienen con ellas estrechas afinidades, o que Anthony Caro en sus ‘Arena pieces’ recreó su sugerente plasticidad.

Para Roland Barthes, en su ensayo Mythologies (París, 1957) los juguetes infantiles de su época eran un microcosmos-adulto para pequeños homúnculos de la sociedad de consumo. El semiólogo, que arremete contra el aburguesamiento y la banalidad de la moda, los únicos juegos que salva son los de construcción que fomentan el bricolaje y convierten a los chicos en verdaderos demiurgos. Frente a los juguetes que denomina ‘químicos’, Barthes añora los juguetes de madera, cuya materia viva, familiar y poética resulta opuesta al inerte cuerpo de los productos artificiales.

La exposición nos confirma, en definitiva, que los juguetes no han sido siempre, como pensaban los retardarios dómines y preceptores del Antiguo Régimen, objetos pueriles, tal como los definía Covarrubias en su Tesoro de la Lengua Castellana (1611): «Cosa de niñería y de poca importancia.» 


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