Ciencia y tecnología 

Filosofía del hueco

Entre la técnica y la composición

Elena Merino  Fernando Moral 
31/12/2017


Herzog & de Meuron, Rue des Suisses Apartment Buildings, París

La exigencia constructiva y la poética arquitectónica influyeron —a veces de un modo contradictorio— en la disolución de los cerramientos alentada por el Movimiento Moderno y sus secuelas. Fue una disolución que tuvo, desde el principio, que hacer frente a una dicotomía: la que se da entre la necesidad de protección rigurosa frente a los agentes externos, por un lado, y la apertura del edificio en busca de la iluminación y la ventilación, por el otro.

Esta dicotomía entre protección y apertura —o incluso disfrute— a través del hueco estuvo presente ya en las arquitecturas de las primeras civilizaciones, donde la apertura de huecos al objeto del mero deleite de los usuarios era una cuestión bien conocida. Por ejemplo, la maquinaria edilicia de las termas tardorrepublicanas y julio-claudias obligaba a la clausura muraria absoluta salvo en los paramentos previstos para la evacuación de vapor o para iluminaciones cenitales imprescindibles. Sin embargo, aperturas estratégicas en los paramentos verticales de termas construidas frente a enclaves privilegiados, como las suburbanas de Herculano o las ubicadas junto a la Porta Marina de Pompeya —ambas sobre el mar Tirreno—, o adyacentes a jardines espléndidos, como el hueco del caldarium de la Prædia Iuliae Felicis, demuestran que se rompía la clausura absoluta del muro en virtud de la belleza del prospectus que se deseara introducir en los recintos.

La percepción del hueco como elemento suntuario más allá de la funcionalidad, y en cuanto transformador de los ámbitos interiores y organizador de la composición y armonía exteriores, fue asimismo la excusa que permitió incluso gravar con impuestos la posesión de huecos practicables. Así, la exactio ostiorum exigía en la Roma de Cicerón tributar en función del número de puertas que horadaran un inmueble, del mismo modo que, en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX y en la Francia de finales del XVIII y hasta el primer tercio del siglo XX, se arbitraron distintas modalidades de gravámenes sobre puertas y ventanas.

Más allá de estos gravámenes, las sucesivas ampliaciones que experimentan a lo largo de la historia los huecos se deben a los avances tecnológicos que hicieron posible tanto la apertura muraria de ventanas cada vez mayores como la colocación se sistemas de protección cada vez más sofisticados para atenuar el impacto de la radiación solar o de los vientos. Con todo, durante mucho tiempo la limitación tradicional del hueco —motivada por las constricciones dimensionales impuestas por las técnicas de producción de vidrios planos antes de la invención del flotado— hizo imposible la construcción de grandes paramentos acristalados. La alternativa fue la materialización de huecos complejos, grandes y practicables, generados por la unión de diferentes piezas.

La tradición del hueco practicable

A la tradición constructiva y compositiva de los huecos complejos y practicables pertenece un ejemplo moderno, la Esherick House construida por Louis Kahn en 1961. Atendiendo a orientaciones, paisajes y funciones, el arquitecto configura un complejo y variado sistema de carpinterías de madera que posibilita el uso de diferentes tamaños de vidrio al tiempo que garantiza la opacidad de los huecos menores mediante el empleo de unos cuarterones, asimismo de madera. Kahn construye así una geometría contemporánea de cerramientos mediante el recurso a mecanismos ancestrales; unos huecos que consiguen enriquecer, de forma notable, la vivencia interna y la percepción de una vivienda que, en realidad, es un simple paralelepípedo.

En años cercanos a la obra de Kahn, dentro de nuestras fronteras, pero con menores recursos económicos, el hueco también fue objeto de estudio, en el contexto de la búsqueda de sistemas que permitieran mejorar el control lumínico y la ventilación. Las contraventanas mallorquinas son un buen ejemplo de la relación con la tradición, en este caso la mediterránea, basada en los cierres de madera que, en ausencia del preciado vidrio, constituían la única defensa practicable contra la intemperie. En la IX Triennale di Milano de 1951, José Antonio Coderch se hacía con la Medalla de Oro al premio al mejor pabellón nacional. En su propuesta confluían elementos de la historia más canónica con obras de vanguardia y elementos de artesanía como los porrones y xiulets. Uno de los muros del pabellón se formalizó como una gran celosía: una gran mallorquina que posibilitaba la visión —como si de una ventana invertida se tratase— de diferentes fotografías que presentaban algunos de los emblemas del país. El sistema de control solar adquiría aquí una condición totémica que iba más allá de las virtudes funcionales para alcanzar unos valores transcendentes que la obra de Coderch continuaría exacerbando. Unos años más tarde, entre 1957 y 1969, José Luis Íñiguez de Onzoño y Antonio Vázquez de Castro construirían el Poblado de Caño Roto en Madrid, donde la celosía que se dispone para tapar o abrir un hueco, de dimensiones controladas, caracteriza las fachadas de las humildes viviendas unifamiliares. Fue un gran proyecto de transformación urbana donde ningún elemento o gesto superfluo tuvo cabida.

Claves contemporáneas

Nuestra contemporaneidad sigue aportando ejemplos que avivan el debate entre la protección y la apertura, como el de la celosía, estática o móvil, lógica o gratuita, que siguen construyendo tanto la arquitectura como la ciudad. La Illa de Llum (2005, Barcelona) de Clotet y Paricio, y la Città del Sole (2016, Roma), de Labics, ejemplifican la utilización extrema del hueco velado, de forma permanente o conforme a las necesidades. Sea con ventanas o terrazas, ambos edificios se parapetan tras un enorme conjunto de celosías de aluminio que combaten con éxito la exposición solar y permiten un control adecuado de la radiación y la luz.

Clotet & Paricio, Illa de Llum, Barcelona

Siendo estos sistemas masivos que buscan la definición de un icono en la ciudad, no alcanzan la sofisticación de dos trabajos de Jean Nouvel donde el control de los huecos es capaz de materializar el carácter del lugar o de la comunidad. Es el caso del Institut du Monde Arabe (Arquitectura Viva 4 y AV Monografías 17), de 1987: sus dos fachadas principales, norte y sur, poseen el mismo despiece de vidrios, pero la sur es filtrada por un conjunto de celosías fotoeléctricas que regulan la luz (y la penumbra) del interior. En este caso, la pieza de fachada se inspira en los diafragmas de las cámaras fotográficas con el fin de construir un nuevo patrón practicable y que conecte con la tradición geométrica islámica. La vertiente funcional está atendida, pero el peso del símbolo cultural adquiere un mayor protagonismo al darle carácter también a la importante plaza de acceso.

Jean Nouvel, Institut du Monde Arabe, París

El modo en que el hueco ha materializado la idea arquitectónica es revelador de la importancia de este elemento edificatorio, algo que también ocurre en el Hotel Saint-James (1989, Burdeos), del mismo autor, que es una reinterpretación de las naves tabaqueras que construían parte del paisaje circundante. El trámex oxidado forra todos los volúmenes; las ventanas y miradores sólo se manifiestan después de la activación de los sistemas hidráulicos capaces de levantar esos grandes pesos. El pequeño patrón del cierre metálico da paso a una mayor dimensión del vidrio, creando una fachada profunda y que contrasta a través de sus acabados y texturas. Un conjunto abstracto y esencialmente anclado al lugar gracias cuya lógica sigue también la Escuela Louis de Vion (2016, Montévrain), de Vincent Parreira, una obra cuyo despiece de fachada está realizado con madera de acuerdo a un patrón de gran formato que presenta una escala más ajustada a la resolución del conjunto del edificio que a la dimensión específica del hueco.

Estas propuestas, donde prima la construcción de una imagen uniforme que potencia la percepción de un objeto especial, necesitan de apoyos tecnológicos para alcanzar su objetivos. Con ello se difumina, en cierto sentido, la especificidad propia del hueco en la fachada. En este punto, es interesante fijar nuestra atención en el Palazzo della Civiltà Italiana (1940, Roma) de G. Guerrini, E. Lapadula y M. Romano, una obra en la que el hueco, con su geometría, combinación y construcción particular, resulta capaz de armar un verdadero símbolo.

La integración de elementos que componen el cerramiento de un hueco es una de las cuestiones donde la industria trabaja de forma innovadora. Los vidrios que, mediante impulsos eléctricos, pueden cambiar su grado de transparencia son un hito destacado en este sentido. De su aplicación, fue un ejemplo pionero el escaparate de la Tienda Loewe (2013, Madrid), de Lamela Arquitectos, donde la tecnología hizo posible la conversión del hueco en un hueco mutante definido por un solo material.

Con toda su carga técnica y simbólica, la evolución del hueco confirma y a la vez contradice muchas de las intuiciones de la modernidad. En 2014, Rem Koolhaas comisarió la Bienal de Arquitectura de Venecia bajo el argumento de los ‘elementos’ de la arquitectura. Entre estos figuraban, consecutivamente, tres relacionados con el hueco y su control: la ventana (window), la fachada (facade) y el balcón (balcony). Es un síntoma de la actualidad de estos elementos en la arquitectura, y también del hecho de que, en relación con el hueco y su control, algunas de las preguntas de la modernidad siguen todavía sin tener una única respuesta.

Elena Merino y Fernando Moral son profesores del Departamento de Arquitectura de la Universidad Antonio de Nebrija en Madrid. 


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