Opinión 

¡Esto no es América!

Luis Fernández-Galiano 
31/08/2007


A los niños de los años cincuenta nos negaban los caprichos con una frase rotunda, ¡esto no es América!, frecuentemente seguida de otra que venía a significar más o menos lo mismo, ¡no somos millonarios! Medio siglo después, son esas las exclamaciones que se vienen a la cabeza cuando contemplamos a la vez la arquitectura de la vivienda en Europa y los edificios residenciales de firma en Estados Unidos. En nuestro continente, sin duda como herencia de la centralidad del alojamiento colectivo en el gran periodo experimental de entreguerras —pero también como consecuencia de la dimensión urbana de un estado del bienestar tenazmente resistente—, la vivienda continúa siendo un territorio fértil para la arquitectura con dimensión cultural. Esto ocurre de forma muy singular en las promociones públicas destinadas a sectores específicos que la iniciativa privada elude atender, pero también en proyectos comerciales orientados hacia la demanda de clases acomodadas.

En contraste, la arquitectura residencial de autor en ciudades americanas como Nueva York o Chicago parece estar prioritariamente dirigida hacia minorías opulentas que buscan prestigio social y diferenciación estética con domicilios diseñados por arquitectos célebres en direcciones que se asocien inmediatamente al lujo y al glamour. Así, por ejemplo, en Manhattan, 40 Bond es Herzog y de Meuron o 40 Mercer es Jean Nouvel, y los suplementos dominicales del New York Times publicitan estas residencias exclusivas con la misma seducción gráfica que se emplea para los perfumes o para la moda. Los precios, desde luego, son tan mareantes como cabría esperar en este segmento inmobiliario, y si por los apartamentos de Calatrava en la promoción neoyorquina de Eighty South Street se pedían 24 millones de dólares, los proyectados por el mismo arquitecto en la colosal Chicago Spire (‘inspired by nature, imagined by Calatrava’) llegan a venderse por 40 millones.

Esto no es América, y nosotros no somos millonarios, así que no hay más remedio que referirse a los desarrollos transatlánticos con una sensación agridulce. Aunque es una buena noticia que la arquitectura de calidad se cotice, y que la intervención de firmas reconocidas mejore la valoración de los inmuebles, la reclusión del diseño de autor en el lazareto dorado del consumo suntuario semeja contradictoria con los empeños utópicos e igualitarios de la modernidad en el terreno de la vivienda. Cuando la deflación de la burbuja inmobiliaria amenaza la estabilidad de los tejidos productivos europeos basados en el ladrillo y el consumo, y cuando los tipos hipotecarios ponen mayor presión sobre la renta disponible para atender las necesidades cuantitativas de alojamiento, glosar las virtudes cualitativas de los proyectos residenciales parece un tanto bizantino. En esta etapa de mudanza —parafraseando a Tatlin—, seguramente lo seductor y lo nuevo deben subordinarse a lo necesario.



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