Bucky Fuller y la nave espacial Tierra

Norman Foster  Luis Fernández-Galiano 
30/06/2010


Richard Buckminster ‘Bucky’ Fuller (1895-1983) fue un gran genio americano para el que no existe etiqueta alguna. Se podría describir como ecologista, profeta, visionario, arquitecto, matemático, cartógrafo y maestro, aunque es mucho más conocido por sus cúpulas geodésicas. Tuve el privilegio de colaborar con Bucky durante los doce últimos años de su vida, y esta relación influyó profundamente en mi trabajo y mi manera de pensar. Inevitablemente, también adquirí una visión cercana de su filosofía y sus logros. En colaboración con Luis Fernández-Galiano, coeditor de este número, hemos procurado presentar a Bucky y la amplitud de su trabajo en el contexto de su época. Los inicios de la carrera de Bucky coincidieron con la era aerodinámica, que abarcó desde el diseño de dirigibles y aviones hasta el de coches, trenes e incluso viviendas. Aquí se recogen sus propuestas más radicales de los años veinte y treinta del siglo pasado, y se repasan los capítulos claves de la larga trayectoria de Bucky, que acabaría siendo una referencia para el movimiento verde de los sesenta y setenta. En 1951 Fuller se ocupó de los temas ecológicos, tan vitales en nuestra cultura, cuando se refirió a la Nave Espacial Tierra y a la fragilidad de nuestro planeta, haciendo que su trabajo y sus observaciones sean hoy aún más importantes de lo que fueron durante su vida.

Norman Foster

Fuller fue uno de los héroes de mi generación. Para los que iniciamos la carrera en 1968 —el año del mayo francés y la primavera de Praga, pero también del Whole Earth Catalog, la biblia de la contracultura americana— y la terminamos coincidiendo con la primera crisis del petróleo en 1973-74, la arquitectura era inseparable del cambio social impulsado por los movimientos alternativos y de la mudanza técnica estimulada por el agotamiento de los combustibles fósiles. En ese contexto agitado, las construcciones geodésicas eran una invitación a la reconciliación con la naturaleza a través de una forma de cobijo tan elemental en sus medios como sofisticada en sus geometrías. A diferencia de Norman Foster, con quien he tenido la fortuna de colaborar en la preparación de este número, nunca llegué a conocer a Buckminster Fuller, y sólo me cabe la satisfacción de haber dirigido en su día la edición española de Shelter, el libro de Lloyd Kahn que era el hermano arquitectónico del Catalog, y donde los geodésicos de Fuller ocupaban un inevitable lugar de privilegio. Estas experiencias juveniles se prolongan ahora con esta monografía singular, que aparece con ocasión de la exposición de Fuller en la galería Ivorypress de Madrid, comisariada conjuntamente por Foster y yo mismo, pero fruto sobre todo de la energía y la visión de Elena Ochoa.

Luis Fernández-Galiano


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